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Los cuentos roncados de Juan

Actualizado: 14 feb 2020


Hoy les voy a contar mi versión de un tipo fenomenal. Era mi abuelo materno, más conocido como “el abuelo Juan”. De facciones arias y fachero, muy querido por todos. ¡Si que era buenazo el abuelo! No tenía pereza... aunque se dormía en cualquier sillón. ¡Ah y Guay! Cuando se dormía, enseguida empezaba a los ronquidos limpios.

Pero no era cualquier ronquido... si roncaba, tenía que hacerlo bien fuerte y bien raro. ¡Que susto se pegaba el que no lo conocía! Eran ronquidos des-coordinados los suyos.

-¡Se va a ahogar! ¿Que le pasa? ¡Despertarlo! Solía decir algún amigo que venía por primera vez de visita

-¡Ya te vas a acostumbrar! Decía la abuela.

-¡Está contando cuentos en “alemán”! Acotaba mamá muy divertida.

¡Y que buenos cuentos los suyos! Muy bien no se si los recuerdo, si alguien me lo contó, o si es producto de mi imaginación... A la que no le cuesta inventar...

Circula una anécdota en la familia de cuando éramos chiquitas mi hermana y yo. El abuelo compró una quinta en el tigre, un terreno muy irregular con muchos frutales. A la abuela y a él les encantaba ir. Y nos llevaban siempre que podían, que era casi todos los fines de semana. Mamá y papá venían después, al salir de trabajar. Cuando se hacía de noche y para que mi hermana y yo nos fuéramos a dormir (mientras la abuela y mamá terminaban de ordenar, chusmear alguna cosa y tomarse una copita) nos mandaban con el abuelo

-¡Vayan con el abuelo que les va a contar cuentos en “alemán”! Decían las dos muy jocosas.

-¡Que bueno! Iba yo entusiasmada.

-¡Ay! ¡Pero no le entiendo nada! Decía mi hermana muy acongojada.

-¡No te preocupes! Me subo con vos a la cama de arriba y te traduzco el cuento. Y así la convencía yo.

Al lado de la cama doble de los abuelos había una cama marinera. Mi hermana iba arriba. Ella siempre fue muy ágil, a nadie se le ocurriría que durmiera yo ahí... ni siquiera a mi misma. El abuelo nos arropaba y nos daba las buenas noches.

- Acordate abuelo que nos tenés que contar el cuento en alemán. Le recordaba. ¡Sino mamá se enoja! Y lo apuntaba con el dedito índice.

- Quedate tranquila mi chiquita, que del cuento no me olvido nunca. Solo tienen que esperar un ratito a que me concentre y listo. Decía el abuelo con una semi-sonrisa dibujada en su cara.

-Bueno abuelo. Contestábamos las dos a coro.

En ese entonces teníamos entre tres y cuatro años. Hablamos cómo podíamos el castellano... ¡Que loco que yo con cuatro pudiera entender tan bien el “alemán”!

Entonces empezaban a escucharse unos sonidos tan extraños que por momentos cesaban convirtiéndose en silencios muy prolongados. En las paredes de la habitación se veían sombras, reflejo de las copas de los árboles que se movían con el viento. Acompañado el cuento del abuelo al compás de su contar.

Era el momento, el abuelo estaba tan concentrado en su relato que no se daba cuenta que yo, muy sigilosa, subía a la cama de mi hermana. Despacito comentábamos las dos sobre tan interesante comienzo

- ¿Que pasó? ¡Decime! ¿Es otro cuento de terror? Preguntaba mi hermana.

- Eso parece... empieza con una gran tormenta en el mar.

-¡Uf! ¡Como le gustan al abuelo esas historias! Bueno¿Y que está pasando? La invadía a mi hermana la curiosidad.¿Ves esa sombra por ahí? Es el barco de un capitán pirata alemán que está por encontrar su tesoro, pero al que está atacando un monstruo gigante. ¡Luchan y luchan los marineros corriendo de un lado a otro de la cubierta! ¡Parece que la tormenta no va a terminar más!

Entonces se escucha un silencio... y luego el abuelo vuelve a roncar con más fuerza.

- El monstruo guardián del tesoro aparece del otro lado del barco, y otra vez todos corren para que no se unda. Prosigo el relato muy compenetrada.

Y entre estallidos roncosos y silencios prolongados; sombras chinescas que los árboles regalaban; alguna luciérnaga que había quedado encerrada en el cuarto; el cantar del viento soplando fuerte y despacio, despacio y fuerte; la historia transcurría quedando nos dormidas sin poder escuchar el final.

Las dos amanecimos cada una en su cama, muy intrigadas por saber si el monstruo se había comido el barco o si los piratas habían descubierto el tesoro...

Mi hermana que siempre era primera en todo me despertaba diciendo:

-¡Me dormí otra vez! ¿Como terminó la historia?

-¡Ay! Yo también me dormí, los cuentos del abuelo son muy largos... ¡vayamos a preguntarle! ¡Que nos cuente cómo terminó!

Entonces salíamos corriendo las dos hacia donde estaba el abuelo, que ya se había levantado. Pero el siempre nos decía lo mismo:

Se los cuento esta noche de nuevo ¡No se vayan a quedar dormidas otra vez! ¡No vaya a ser que se pierdan nuevamente el final!

Y así todas las veces que nos quedábamos en la isla, el nos roncaba sus cuentos, que yo traducía del “alemán” y que siempre eran de piratas.

Era pícaro el abuelo, porque nunca eran exactamente igual. Tampoco llegábamos nunca a escuchar el final... aunque uno se lo podía imaginar.



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