Había una vez, una niña pequeña, que vivía en el bosque rodeada de animales. Su papá y su mamá construyeron una casa en un árbol. No era cualquier árbol, se trataba de un Ginkgo gigante ancestral. Este árbol tenia mas años que los de mamá, papá y la niña juntos. No se sabía exactamente cuántosaños tenía este árbol. Estaba allí parado ya antes de que naciera su abuela, quien se lo contó una vez mientras paseaban por ahí. El bosque era muy bello, a la niña le gustaba escabullirse en él. Siempre se dirigía al rio, un lugar no tan lejano donde solía verse caballos pastar.
El árbol era gordo y grande, tan grande era su tronco que para abrazarlo debían juntarse 15 hombres. La familia tenía un ritual: todos los años, a mitad de año se juntaban a comer, a beber y a cantar. Para finalizar el festejo y agradecer al cielo abrazaban entre todos al árbol ancestral. A la pequeña le encantaba este ritual y se sentía orgullosa de vivir sobre esteGinkgo tan especial.
Todas las mañanas escuchaba pájaros cantar, al asomarse por la ventana distintas avecillas la saludaban. La más hermosa y divertida era un colibrí que parecía invitarla a jugar. Un día la pequeña niña salió tras el bello picaflor, lo siguió hasta el rio, y lo persiguió entre los caballos. El colibrí la llevó hasta un puente colgante y la invitó a cruzar. Mientras la niña cruzaba escuchó al puente crujir. Corrió hasta que llegó a la otra orilla, el pueste se rompió y ella quedó atrapada del otro lado del río. Ya no podría retomar el camino a su hogar. Observó un campo lleno de flores violetas y en el centro un árbol idéntico al de su casa.
Había empezado a oscurecer, para resguardarse se dirigió al árbol. Le resultaba tan familiar, este Ginkgo era del mismo tamaño que el que habitaba con su familia. La curiosidad la lleva a investigar, al acercarse puede detectar una puertecita al costado de la cual colgaban dos faroles. La pequeña abrió la puerta, al ingresar se encontró con una escalera. Al subir la misma se abrió un pasadizo a través del cual visualizó el camino a casa.
Corrió a través del portal y en cuanto lo atravesó por completo el mismo, llego a otra puerta un poco más grande. Cruzó la puerta dándose cuenta de que mágicamente se encontraba en su propia casa, estaba ahora en su Ginkgo. Trepó la escalera corriendo hacia su mamá, que la esperaba con los brazos abiertos y una sopa de zapallo y queso calentita. La mamá no preguntó nada, y ella tampoco le contó lo sucedido. Mantuvo el secreto sabiendo que descubrir el portal sería la gran aventura todos los niños de la familia. El resto de su vida usó mucho este pasadizo entre los Ginkgos gemelos, del que no se hablaba, pero el que todos conocían.