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Carnada

Actualizado: 11 mar 2022



Siendo las seis de la tarde de un día de esos, tres hombres se embarcan para pescar en el Paraná de las Palmas. Tres amigos: Lisandro, Roberto y Ernesto; apasionados por la pesca, aunque no tanto por el pez. Los tres pescaban, pero no comían pescado. Algo un poco extraño, pero bastante común entre la gente. Llevaron para beber y picar un poco de queso y salame. Estaban preparando la picada y abriendo el vino cuando perciben que algo mueve la embarcación, dando un brusco golpe contra el bote. Se miran e inmediatamente empiezan a encarnar. Dejando la picada para después, se centran en preparar sus cañas. Si eso hubía sido un pez tenía que ser grande. Era justo la hora de pique por lo que no podían perder tiempo.

De pronto ven saltar un pez bellísimo, de piel plateada lleno de lunares. Lo que parece ser un surubí gigante, tan grande como una ballena. ¿En el río? ¿Qué tipo de monstruo sería este? Los tres eran valientes cuando de pesca se trataba, pero ni bien vieron semejante criatura el miedo los invadió de tal manera, que los tres comenzaron a juntar las cañas lo más rápidamente que pudieron. Luego tras un extraño oleaje, sienten otro golpe contra el bote. De pronto salta el surubí otra vez, como mostrándose. Y esta vez el pez gigante abre la boca con la intención de tragarse alguno de los presentes. Lisandro lo ve abalanzarse hacia él. En una maniobra impresionantemente rápida toma a Roberto y lo entrega cual ofrenda al monstruo. Este lo caza en el aire tragándolo de un bocado, como si se tratara de una mosca revoloteando sobre el río y se va sin dejar rastro.

Ya no hay nada que hacer, Roberto no está. Desapareció, el pez selo devoró y se fue satisfecho. Ninguno de los dos dijo nada en ese momento. Juntaron sus cosas y se dirigieron a la comisaría. Hicieron la denuncia, poco creíble, pero cierta. Lisandro no podía perdonarse y Ernesto tampoco lo perdonaba.

Lisandro llega a su casa exhausto, entró sin saludar, sin decir palabra y se acostó a dormir. No dio ningún tipo de explicaciones al respecto. Su esposa, María, insiste en preguntar al día siguiente, pero Lisandro decide no volver a hablar en su vida.

Suena el teléfono, Lisandro no reacciona. Está sentado en un sillón que da a la ventana mirando hacia afuera. Atiende María el llamado, es la esposa de Roberto, quien le cuenta lo sucedido.

Lisandro no se presenta al trabajo, no se mueve de la silla. Se abandona completamente hasta que un día decide levantarse, abre la puerta, dice Adiós y se va.

Su familia lo busca, pero no lo encuentra por ningún lado. Entonces hacen la denuncia a la policía. Pero es como si se lo hubiera tragado la tierra, no aparece. Hasta que un día María lo ve, mientras estaba comprando chipá bajo un puente. Se pregunta si ese hombre es su marido. Concluye que sí, se trataba del mismo. ¿Entonces Lisandro estuvo durmiendo en la calle todo este tiempo? Se había convertido en mendigo, encontraba lógica en todo este asunto. Se acerca para hablarle, pero Lisandro pone sus manos sobre los oídos. No quería escuchar, era evidente. Entonces María decide ir todos los días un rato, y llevarle una sopa caliente cuando hace frío; o una ensalada de frutas, cuando hace calor.

Una tarde, cuando se encontraba junto a Lisandro, viendo cómo comía la ensalada de frutas que le había preparado, se le presenta una gitana, la cual le toma la mano y escupe en ella. María se paraliza ante tal repugnante acto. Antes de que lograra reaccionar la gitana le dice mientras le quita un billete del bolsillo “Eres muy bonita. ¡Vete! Comienza una nueva vida. ¡Tú hombre es malo! Sólo se quiere así mismo”

María no puede entender que está sucediendo. ¿De dónde salió esta mujer? Se pregunta. Pero Lisandro la aparta, revolea la ensalada de frutas y se va, nuevamente desaparece. María lo vuelve a encontrar durmiendo bajo otro puente, pero esta vez no se acerca. La policía nunca había encontrado a Lisandro y ella tampoco había denunciado su aparición, por lo que lo dan por muerto y cierran la investigación.

María conoce otras personas, rehace su vida como le sugirió la gitana. Tiene una nueva pareja con la que organizan una gran fiesta, con muchos invitados. Todos los felicitan por la hermosa celebración y bendicen la unión. María sabe que su esposo está vivo, y deja que la ley y el mundo ignoren la verdad, aunque nunca abandona a Lisandro a pesar de casarse con otro. Todas las tardes se acerca al puente y observa de lejos a su esposo, a la distancia. Solo lo mira, para asegurarse que se encuentre bien. Luego llora un rato y vuelve a casa, para seguir adelante con su otra vida, que lejos de ser la ideal, es la que el mundo le propone como real.

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